Para la mayoría de las personas, en diciembre no sólo festejamos fin de año, sino el inicio del otro. Pero una semana antes festejamos el nacimiento de Jesús, la Navidad. Son dos semanas a finales de diciembre que solemos aunar bajo el nombre de “las fiestas”. Y es más normal de lo que pensamos que aparezca la angustia en las Fiestas.
Se arman los arbolitos y se adornan con bolas de diferentes colores, bolas brillantes y lucecitas de colores. Al pie del mismo, el pesebre en conmemoración al Nacimiento. Además, los niños redactan las cartas a Santa Claus pidiendo qué regalos les gustaría recibir. Las familias y amistades se reúnen tanto el 24 de diciembre, como el 25, el 31 y el 1 de enero. También se gestionan fiestas laborales o de fin de curso. Por ende, diciembre es un mes de cierres, de replanteos y nuevos proyectos.
Hay cenas y almuerzos, bares llenos, casas con amigos, mesas grandes, la familia unida y hasta ensambladas. Y aunque este escenario festivo implicaría la alegría, la emoción de terminar lo que emprendimos, para la gran mayoría la llegada de las vacaciones aparece con la sombra de la angustia. Las fiestas suelen destapar lo que veladamente durante el año sucede. Es así que encontramos que frente al encuentro grato, aparecen tristezas, llantos, ganas de no salir, evitar los compromisos y hasta incluso de cancelar el festejo de las fiestas.
¿Por qué nos angustiamos?
La angustia es parte de nuestra vida. Los humanos nos angustiamos frente a situaciones penosas como las muertes de familiares y amigos. También frente a situaciones de peligro, aunque no hayamos sufrido ningún daño físico. La mera confrontación de que algo de lo propio está en peligro vital es muy angustiante. También se produce cuando queremos hacer algo y no logramos lo que esperamos, al terminar una relación, sea de pareja, de amistad o incluso laboral. Porque todo lo nombrado implica un proceso de reflexión, es decir, simbolización para poder darle un cierre. Algunos lo llaman duelo, en tanto poder poner en palabras lo que sentimos y pensamos para que la angustia se vehiculice en la narración y no haga síntomas que comprometen la salud física.
La angustia es una respuesta que tenemos para hacernos saber que justamente somos humanos y hay cosas que no podemos resolver. Justamente, estas situaciones nos atraviesan, generando un llanto que aunque pueda parecer que nos va a desintegrar, justamente nos libera.
Las razones que detallamos son varias pero entre muchísimas más, cada persona se angustia en diferentes ocasiones y con diferentes intensidades. Lo que sí es seguro es que la angustia es más que un llanto. La angustia se vive corporalmente como un estado anímico de decaimiento, llantos repentinos y repetidos que toman a todo el cuerpo. Hasta incluso dejarnos sin respirar.
¿Por qué aparece la angustia en las Fiestas?
Justamente en las Fiestas, a propósito de reencontrarnos con la gente que queremos, nos damos cuenta de aquellos que ya no están. Ya sea porque fallecieron o porque ya no son parte de nuestras vidas, porque hemos tomado diferentes rumbos. Tomar conciencia de esto implica necesariamente una sensación de tristeza. Asimismo, rever lo hecho durante el año y confirmar que no hemos realizado todo lo que nos proponíamos. Tal vez, encontrar que ya no tenemos la misma relación con los colegas o incluso con algunas amistades.
Las Fiestas implican necesariamente un balance de lo que sucedió y en el conjunto de todas las evaluaciones puede que esto nos angustie quitándonos las ganas de festejar. Fin de año parece que nos lleva a replantearnos los proyectos, las pérdidas, la felicidad y la tristeza que hemos atravesado y cuando llegamos al resultado y es desfavorable, aparece la angustia.
Cómo atravesarla
Ante todo, es importante que nos hagamos cargo de lo que nos pasa. Si realmente al realizar el balance nos damos cuenta que no fue un gran año y la angustia en las Fiestas aparece, dejémosla que aparezca. Porque es gracias a ella que podremos aclarar qué nos pasó y cómo modificar las decisiones tomadas, rearmar los proyectos que quedaron en pausa, llamar a aquellos de los cuales nos distanciamos pero queremos tener cerca, etc. Entonces, la nombramos y nos hacemos cargo, porque de ella vamos a hilar las respuestas. Lloramos y vamos poco a poco poniendo orden en nuestra cabeza.
Cómo superarla
A partir del orden que vayamos haciendo, debemos jerarquizar las dolencias, cuál es la que más nos angustia y desde allí descendemos. Una vez que podamos nombrar todas las cosas que nos dejan en este estado, comenzamos a buscar soluciones desde los problemas más pequeños. De allí hacia arriba, ascendemos en los conflictos. De esta manera, iremos ganando confianza en nuestras soluciones y capacidad para afrontar problemas mayores. Lento, pero constante, habremos ido encontrando un camino de alternativas para nuestros problemas. Esto nos generará otra perspectiva que a la vez nos posicionará diferente para el año que comienza.
Fiestas con angustia
Entonces, si la angustia en las Fiestas efectivamente aparece, no la neguemos. Pero sí hagamos transitarla por caminos que lleven a la salud, tanto mental como física. No se trata de aparentar algo que nos pasa, porque de esta manera nos disfrazamos y la angustia, tarde o temprano, se manifiesta. Podemos elegir a cuáles de los compromisos asistir y a cuáles no, para preservarnos. Pero no dejemos que todas las fiestas se vean opacadas por la angustia y los efectos que esta puede acarrear si la velamos. Son las fiestas, hay angustia, pero también hay una posibilidad de revertirla y transformarla con una nueva y personal perspectiva.