Las agnosias, a modo de resumen breve, se podrían considerar fallos en la capacidad para reconocer estímulos, previamente aprendidos, o de aprender nuevos estímulos, sin que por ello deba de existir obligatoriamente una deficiencia o alteración de la percepción, lenguaje o intelecto, ya que si no pasarían a ser considerados otro tipo de trastornos.
El término ‘prosopagnosia’ deriva del griego prosopon (cara) y agnosia (ausencia de conocimiento). La prosopagnosia podemos considerarla un trastorno de tipo perceptivo (considerando que sigue siendo un fallo de reconocimiento de estímulos y no un trastorno perceptivo propiamente dicho), en el cual se produce un fallo en el reconocimiento de caras familiares. Por lo tanto, debemos tener en cuenta que se trata de la percepción y posterior reconocimiento de un estímulo previamente aprendido (una cara familiar).
Existe, sin embargo, una variación de este trastorno, conocida como prosopanomia, en la que el afectado puede que reconozca la cara, pero fracasa en la denominación. Ambos trastornos entrarían dentro de las agnosias relativas a objetos y personas.
Frente a la sensación que muchas personas pueden tener de “no recordar las caras después de un cierto tiempo” o “confundir a las personas conocidas” es necesario diferenciar bien este caso, que se trata de un trastorno bastante más común en la población de lo creído (un 2’5 % aproximadamente) y cuyo origen es biológico.
Este trastorno tiene causas orgánicas, más concretamente podemos decir que su origen se encuentra en las lesiones bilaterales del sistema visual central de la región temporo-occipital-medial. Igualmente también puede producirse por factores afectivos en situaciones de alto nivel de estrés.
El primer caso de prosopagnosia fue descubierto por Joachim Bodamer en 1947. Se trataba del caso clínico de un chico de 24 años que había recibido una bala en la cabeza. Dicho paciente perdió completamente la capacidad de reconocer los rostros de sus familiares y amigos, e incluso de reconocer su propio rostro en el espejo. Sin embargo, su capacidad para reconocer e identificar a las personas mediante otros sentidos, como el tacto, la voz, o a través de características específicas como la forma de caminar, permanecían intactas.
Podemos distinguir, además, dos tipos diferentes de prosopagnosia, en función de su origen: la prosopagnosia adquirida, que se observaría en aquellos pacientes que comienzan a desarrollar este déficit a partir de una determinada lesión que afecta a una zona específica del cerebro, por lo que se podría establecer una relación directa de causa y efecto entre la lesión cerebral y su déficit en la percepción, el reconocimiento y la identificación de rostros.
Por otro lado, encontramos lo casos clínicos de pacientes cuya dificultad para percibir y reconocer rostros cercanos, se observa a lo largo de toda su vida, y en muchos casos en ausencia de lesión neurológica conocida, lo que podemos llamar prosopagnosia evolutiva o desarrollada. Algunos casos podrían identificarse erróneamente en algunos jóvenes con problemas atencionales.
Bibliografía: Pedro J. Mesa, Juan F. Rodríguez Testal. (2007) Manual de Psicopatología General. Ed: Pirámide