En cuanto a las funciones de la emoción de tristeza, parece lógico pensar en su capacidad adaptativa. El hecho de que se mantenga como un recurso importante en la infraestructura biológica del ser humano, y también de otras especies, habla de su relevancia en la vida de dichos organismos. Así pues, la tristeza, al igual que ocurre con otras emociones a las que genéricamente denominamos «emociones negativas», no parece inherentemente negativa. De hecho, aunque asociamos la tristeza con un estado en el que predomina una fenomenología negativa, no siempre posee las connotaciones negativas atribuidas, ya que existen situaciones en las que la emoción de tristeza, incluso el estado afectivo asociado a la emoción de tristeza, poseen características no negativas. Tal es el caso de las situaciones que inducen el sentimentalismo, o aquellas otras en las que se produce la nostalgia, que podría ser considerado como un estado afectivo complejo en el que se combinan una emoción negativa, como la tristeza, y una emoción positiva, como la alegría.
Una de las funciones esenciales de la tristeza tiene connotaciones sociales, de tal suerte que la expresión de dicha emoción es interpretada como una petición o demanda de ayuda a los otros miembros del grupo o de la sociedad. De esta forma, se incrementa la cohesión social y la unión entre los miembros del grupo, fomenta la conducta de ayuda o conducta altruista. La manifestación de tristeza por parte de un miembro de un grupo permite transmitir información a los demás acerca del estado de pérdida que le caracteriza. Consiguientemente, los demás se aproximarán a la persona triste para arroparla y darle apoyo en un momento crítico. La expresión de tristeza es el desencadenante para que ese inicie una conducta social de cohesión y ayuda hacia quien experimenta dicha emoción.
Otra función importante de la tristeza tiene connotaciones personales, ya que, siendo la emoción más reflexiva que existe, permite que la persona haga introspección, realice un análisis personal acerca de su situación, su futuro y su vida en general. Dicha reflexión empuja al individuo a desatender ciertos estímulos del entorno que habrían sido relevantes en otra ocasión, y a centrarse en aquello que le afecta en ese momento. Es decir, la atención es dirigida hacia la eventual solución de su actual situación, realizando los ajustes necesarios para seguir llevando a cabo una vida adaptativa y saludable.
No han faltado las críticas por parte de quienes consideran que una de las características importantes de una emoción tiene que ver con las tendencias de acción asociadas a dicha emoción. Al respecto, Frijda (1986) propone que la emoción de tristeza podría ser considerada como una forma de humor o estado afectivo, precisamente porque dicha tendencia de acción no parece producirse. Creemos, no obstante que la tendencia de acción no tiene que estar relacionada necesariamente con la iniciación de alguna actividad observable, ya que, como se señala anteriormente, la propia expresión de la emoción, considerada como una petición de ayuda, puede ser entendida como una forma de tendencia de acción. Además, las tendencias de acción no son ni suficientes ni necesarias para hablar de un proceso emocional, incluso podríamos decir que son completamente prescindibles.
«Consiguientemente, los demás se aproximarán a la persona triste para arroparla y darle apoyo en un momento crítico.»
Pongo en cuestión eso.
En ciertos casos así sucede, pero pongamos como ejemplo un niño varón llorando en el aula por algo que le ha lastimado, he observado situaciones en las que las demás personas se aproximan para burlarse y deliberadamente incrementar su sufrimiento, los demás disfrutan de la humillación que puedan ejercer, sin importar la destrucción que provoque en el que se entristece.
De acuerdo con tu comentario Leo. Solamente que las reacciones que pones como ejemplo son conductas aprendidas.