Quizás aún no descubriste, caminante sin camino, que la vida te espera, te proclama y te implora, que cuando no deseas continuar más, cuando tus pies pesan como el acero y tu corazón llora la desdicha, ella te susurra que ese no era el trato. El trato era luchar o quizás dejar de luchar contra la vida para danzar su baile, dejándote llevar, olvidando lo que hay que olvidar y construyendo lo que te espera. La esperanza permanece quieta, estable en el fondo de tú corazón, aunque a veces los rastrojos se ocupen de ocultarla y no darle cabida en el mundo interno, aunque a veces la esperanza tenga que hacerse a un lado y callarse como quien calla reprimiendo sus ansias de gritar, liberarse y salir de sí.
La esperanza aguarda, sabiendo que llegará el día en que volverás a mirarla y contemplarla, sin elogiarla, sino admirando su presencia y admirando también como el juego mental es capaz de absorber y hacer desaparecer aquello que por su naturaleza nunca desaparecerá. Pero el juego mental es demasiado voraz, potente y arrollador, él no entiende de cautela, precisión o sutiliza. Se mueve como un río que atraviesa el valle y nunca cesa, nunca se cansa, siempre posee más y más vida. Nunca frena, y si intentas hacer que la corriente inmensa frene te lle
vará por delante, sin un ápice de piedad. Porque él siempre estuvo ahí y ahora eres tú quién desea que las cosas sean de otra manera, que el río cese y el valle se quede tranquilo, que el caudal sea solo el necesario, que no existan los desbordamientos ni las sequías. Que todo en la naturaleza sea como tú deseas y como tú has dibujado en tu sueño de vida.
Porque para eso es tú vida, piensas, para vivirla como tú deseas y poner y quitar las piezas según se te antoje, establecer el desenlace que tú deseas y poder cerrar los ojos al anochecer de forma tranquila y calmada. Sin embargo, esto son cuentos de hadas que nuestro arrollador río mental ha creado. Cuando te embarcas en la vida nada es como lo planeas, las batallas no se lidian como deseas ni con quién deseas, ni en el momento que deseas, se libran cuando ella, la vida, decide.
Y ese fue el trato que realizamos cada uno de nosotros al iniciar este juego que es vivir. Aceptar que no nos rendiríamos aunque las mayores tormentas invadieran nuestro tablero de juego, aceptar que nos formaríamos como guerreros incansables, siempre dispuestos a ser mejores. A cambio ella, dijo, nos pondría delante todas aquellas experiencias que necesitábamos para progresar y crecer, para hacernos mejores guerreros y poder librar las batallas saliendo victoriosos. También dijo, aunque en ese momento tapamos nuestros oidos con fuerza y contundencia para no escucharla, que no siempre sería de nuestro agrado aquello que ella nos mostrara, que no siempre brillaría el sol en nuestro juego y que en más de una ocasión, y de dos, el tablero se tambalearía como una mesa inestable y parecería precipitarse al vacío, se quedaría en el más absoluto abismo como se quedan las cosas que no saben hacia donde ir ni a que aferrarse para no desaparecer.
Ella nos aviso con honestidad y encanto. Algunos acallaron su sabiduría y otros la adquirieron sin rechistar. Fuera como fuese, hoy cada uno de nosotros nos encontramos sobre el tablero, lidiando batallas y siendo guerreros cuyas fuerzas persisten, continúan y buscan siempre un ápice de esperanza escondida tras la maleza.