Si hablamos de aprendizaje rápidamente lo asociamos con el mundo infanto-juvenil. Si lo hacemos en términos de educación ocurre lo mismo.
Concentramos estos dos aspectos en esa etapa concreta de crecimiento olvidando que se sigue aprendiendo y nos seguimos -y siguen- educando cuando ya somos adultos.
¿Cómo es entendida la educación?
Es válido para ambos ciclos de la vida decir que –generalmente- por la educación que hemos recibido somos más susceptibles a los avatares de la vida que los aspectos positivos de la misma.
Debemos educarnos y educar entre expresiones optimistas y positivas. No somos conscientes del gran poder que tiene el lenguaje sobre nosotros y lo “sencillo” que resultaría cambiar algunos aspectos de nuestras vidas simplemente modificándolo. No es lo mismo decirle a un niño cuando le sale mal un examen “Todo lo haces mal” que intentar averiguar mediante diálogo el porqué de ese mal resultado, o en vez de decir la frase anterior sustituirla por alguna tipo “Este examen no te ha salido tan bien”. Mientras que con la primera frase se está atribuyendo una etiqueta negativa al niño de forma generalizada basada en un hecho puntual, en la segunda únicamente se tiene en cuenta ese hecho concreto.
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Cuidar el lenguaje para una educación efectiva
Lo mismo ocurre con los adultos. Debido a que nosotros podemos generar y controlar en mayor medida nuestro lenguaje interno – lo que nos decimos y lo que no- es esencial intentar no auto-etiquetarnos negativamente y no generalizar un hecho como si fuese una conducta habitual, es decir, porque no sea diestra en los deportes no soy una inútil, porque no salgan las cosas tal cual uno planea tampoco se es un inútil.
Practiquemos con mayor frecuencia la compasión y capacidad de entendimiento con nosotros mismos, hablarnos de forma cariñosa y querernos.
Es importante prestar atención a los mensajes que expresamos y con qué connotaciones lo hacemos como emisores y cómo y qué captamos como receptores.
Expresar o recibir mensajes negativos de forma reiterada acaba asociándose con patrones de pensamiento negativos hacia uno mismo, lo que nos lleva a una disminución de la autoestima y autoconfianza, generando una imagen de nosotros mismos que quizá poco tenga que ver con lo que realmente somos.
El autor Bernabé Tierno afirma en su libro “Poderosa Mente” que “Somos y nos convertimos en lo que decimos y pensamos de nosotros mismos”.
Entrenándonos en un lenguaje más positivo y favorecedor, un lenguaje que vaya en pro de nosotros mismos, seremos capaces de adoptar una actitud más positiva frente a la vida y frente a nosotros.